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  • Foto del escritorJorge A. Peña Villalba

UNA MÁS


https://www.flickr.com/photos/jorgepenavillalba


Nuestras miradas se cruzaron varias veces por primera vez frente a un espejo. Parecía un diálogo, primero ella y después yo, como en una especie de plano contra plano. Recuerdo que llevaba una blusa de color negro, un blue jean ancho y unos tenis blancos. Ella iba de entrada y yo de salida.


Pasaron algunas semanas desde que la volví a ver. Esta vez llevaba puesto un saco gris, un blue jean más ajustado y unos tenis negros que le dejaban al descubierto sus tobillos. Esa vez sentí sus profundos ojos cafés, rebotando, vigilándome por varios segundos. Llevaba su pelo castaño largo suelto que se movía sobre sus hombros al compás de sus piernas.


La tercera vez que la vi nos sonreímos, aunque por educación. La mía fue más de timidez mientras que la suya fue más cortante, seca, como si estuviéramos tratando de esconder algo. Sentí un vacío en el estómago cuando pasó a mi lado. Me dio calor y comencé a transpirar, seguramente me puse rojo por culpa de los nervios, de la ansiedad.


La miraba de reojo sin ser correspondido, mientras pensaba en la mejor forma de acercármele. Pero cada vez que se me ocurría algo, su figura y su belleza eran tan solo simples buenos recuerdos; ella se esfumaba como la bruma de la mañana.


Me ilusioné y la soñé. Me pregunté a qué sabrían sus besos, cómo se sentirían sus caricias. Imaginé cómo serían nuestros viajes y nuestras peleas. La contemplé y hasta la extrañé.


Cuando pensé que no la iba volver a ver y creí que era una más, asomó nuevamente. Sentí lo mismo de siempre: un vacío en el estómago, la transpiración habitual, los nervios y la ansiedad aflorando. Mientras yo solté un suave y tímido—hola—. Ella, en cambio, despegó sus labios dejando escapar una lapidaria sonrisa.


Las veces que advierto que me observa, me atolondro porque me siento intimidado. Mi cuerpo parece temblar y me sudan las manos. Me quedo inmóvil, sin aire.


Aún no se cuál es su nombre. Algunos me han dicho que se llama Mariana, otros, Marcela; incluso algunos me dijeron que se llamaba María o Manuela. A veces siento que me sonríe y que me mira. Otras veces ni me determina. No sé si lo hace por gusto, por desdén o por compasión.


Lo cierto es que así han transcurrido los últimos meses desde que la conocí, añorándola de lejos, pensando en lo que tal vez pudo ser y posiblemente nunca será.

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