¿Qué pasaría si…? ¿Y si en lugar de esto, intentamos lo opuesto? ¿Y si en lugar de girar a la izquierda, da reversa…? Estas son algunas de las múltiples preguntas que se hacen guionistas y directores, y en definitiva, las personas que se dedican a contar historias. Es precisamente de esta premisa que parte Relatos Salvajes, la última película del argentino Damián Szifrón, que ha tenido el beneplácito tanto del público como de la crítica. Seis relatos donde los personajes reaccionan de una forma visceral, donde dejan a un lado lo políticamente correcto para comportarse cómo cualquier ser humano, alguna vez en la vida, quisiera hacerlo: rompiendo los moldes de lo que está bien y dejándose llevar por el momento sin guardarse absolutamente nada.
Con un lenguaje visual y una estética muy cercana a lo publicitario, esta película está construida por una pequeña serie de cuentos que pueden rayar en lo absurdo y en lo violento, que se terminan conectando con lo que conlleva el perder el control hasta el punto de volverlo algo placentero y culposo. Cuentos, cada uno de ellos, que parecen apadrinados por un pecado capital, por una característica especial o un adjetivo calificativo, multiplicados a su máxima expresión.
A cada una de las historias las moldean unos personajes, meritoriamente construidos, que le dan una especie de vuelta la tuerca, que reaccionan frente a situaciones límite, que frente a esa bola de nieve que se les va encima, en lugar de huir, se le enfrentan y la desafían. Por medio de un intercambio de roles en donde la ira, en el caso del relato de los coches -El más fuerte-, la indignación, en el relato del ingeniero –Bombita- y hasta la viveza y la malicia en el último relato –Hasta que la muerte nos separe-, son su mecanismo de defensa frente a una sociedad que les pasa por encima, pero que por esta vez, han decidido dejarse llevar y tomar el control, o mejor, perderlo totalmente.
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