La última película de Steven Spielberg, con un guión firmado por los hermanos Cohen, traslada al espectador a uno de los momentos más álgidos de la Guerra fría: la construcción del muro de Berlín. Mientras esto ocurre, a un abogado de seguros le es encargado la misión de defender a un supuesto agente ruso con tal éxito que luego se le encomienda establecer los contactos para intercambiar espías norteamericanos y rusos en el famoso Puente Glienicke.
James Donovan, interpretado por un gran Tom Hanks, es el héroe al que todos odian. Consciente de ello, le saca provecho a su estratégica posición ganada pues no se deja intimidar por ninguno de los participantes en este conflicto: ni por el director de la CIA, ni por los alemanes orientales que buscan que su país tenga reconocimiento internacional ni mucho menos por los rusos.
Esta historia tiene un aire de melancolía, de tristeza y por momentos de desolación. Es el retrato de una guerra en donde prima la información por encima de la muerte. No existen artefactos ni juguetes que ayuden al protagonista a cumplir con su objetivo, es en cambio, su inteligencia, su conocimiento, sus valores éticos y morales y el creer que toda persona merece un juicio justo sus únicas armas para cumplir con su misión. Es una película de espionaje a la antigua que hará recordar a algunas novelas de John Le Carre.
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